Parque Ecopoético - Las Cruces
Este fin de semana, celebración de las Fiestas Patrias y Bicentenario de la Junta de Gobierno de Chile, fue el mejor de mi vida. Fui a Las Cruces con el gringo y su familia gringuística. Su mamá estuvo de cumpleaños el 18 y recibimos de visita a su hermano con su familia el 19.
Hormonalmente no fue el mejor fin de semana de mi vida, más bien uno de los peores. La jaqueca me persiguió sábado y domingo, además, el viernes me sentía horriblemente mal del estómago por haber comido un burrito el miércoles antes de entrar al cine con mis amigas. Resultado: todo el mundo preocupado de qué iba a comer la princesa. Me carrrrrrrrga molestar, me sentí peor. En fin, la abuelita del gringo me hizo una ensalada especial para que no me molestara el estómago y ella no es de las personas que quiere a cualquiera, sino que es bastante selectiva.
El gringo me llenó de atenciones, llevándome el desayuno a la cama 2 días (un día lo hice yo por él en retribución) y preocupándose constantemente por mi salud, por cómo me sentía, por mi persona en general y besándome en las mejillas y en la frente cada vez que se daba la ocasión.
Pero no todo son rosas en el Paraíso. Una vez más la embarré, no conté bien uno de mis medicamentos para el corazón y me faltó, no fue demasiado grave, porque no me pasó nada, pero ya me había pasado antes y el gringo se preocupó por mi falta de responsabilidad ¿Cómo le confías tus hijos a alguien que no puede cuidarse a sí misma? Últimamente no logro concentrarme en los detalles, conté bien uno, pero no el otro y, en realidad, no creo que mis medicamentos sean lo más importante, pienso que esa es la base del problema. He estado enfrentando serios problemas de autoestima. Pero eso no es materia para este post.
Fuimos un día a caminar por la playa hasta el parque Ecopoético (en Las Cruces vive Nicanor Parra), que son como 45 minutos de caminata para mí, sólo de ida, el gringo siempre estaba preocupado de que yo me sintiera bien, de que no se disparara mi corazón, de mi bienestar. Y el resto de los días salimos a caminar, por lo menos, una vez. Buen ejercicio y excelente vista y paseo.
Hubo muchísimas cosas ricas de comer y varios asados, pero yo no pude comer sino pollo y ensaladas. Eso me sirvió para darme cuenta de que no necesito comer hasta reventar para pasarlo bien. Fui feliz con él a mi lado.
Rellené y decoré con coco la torta de la Tía Carolita, comí un poco de relleno, es verdad, pero casi todo fue a parar a las hojarascas que había traído ella desde Santiago. Ella hizo una exquisita mezcla de pasta de lúcuma, manjar y crema, en las cantidades justas. Y se preocupó de que yo comiera un pedacito todos los desayunos.
El gringo salió a trotar con su hermano chico por la playa y yo me quedé contemplando el mar. Los días estaban tan claros y el paisaje tan despejado, casi no ví gente.
Tuve maravillosos tres días de sol, aire limpio y mar. Algo así es impagable, puedo morir tranquila, conocí el Shangri-Lá.
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