Aquí estoy, despierta a las cuatro y media. Nuevamente no puedo dormir.
Esta semana ha sido así, desde muy temprano frente a la pantalla y el teclado. Es absolutamente obvio que lo que me mantiene despierta es la taquicardia auricular incesante que se manifestó al dejar la amiodarona. Es molesto, pero así debe ser.
Por otra parte, sí, tengo miedo. Miedo de que Murphy haga de las suyas, de que no puedan eliminar todos los focos, miedo de la punción transeptal, miedo de la recuperación, miedo de todo el trabajo que no estoy haciendo por estar en casa y que me espera a mi regreso a la oficina. Pero sobre todo muchísimo miedo a que todo sea en vano, las esperanzas, los sueños, las ilusiones...
¡Uf! Estoy rodeada de amor y eso es inapreciable, absolutamente. Es lo único que me reconforta.
Una vez leí que no es valiente quien no tiene miedo, sino quien lo enfrenta con valor (valga la redundancia) y yo quiero ser valiente así: sé que tengo miedo, pero no he dejado que me venza y no voy a permitirlo.
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