Así es, no soy una persona increíblemente buena ni perfecta (¿no se habían dado cuenta?), soy mal genio y polvorita (se me enciende la mecha de la ira con las situaciones más inesperadas), tiendo a ver la paja en el ojo ajeno en vez de la viga en el propio y soy un poco egoísta como todo el mundo (por ejemplo cuando me da flojera salir de mi ostracismo y dejo plantado a medio Chile).
Igual tengo harto amor para todos, echo de menos a mis amigos y me interesa su bienestar, aunque no los llame nunca. Pero debo confesar que tengo un pecado horrible: soy espantosamente orgullosa, creo que preferiría morirme a soportar una humillación grande.
Me explico. Toda mi infancia y adolescencia fui una niñita insegura, buscando siempre la aprobación de los papás, profesores, hermana, compañeras(os) y hasta de la gente que pasaba por mi lado en la calle.
Hace unos pocos años (diría que cuando salí de la Universidad) me liberé de toda esa carga y ahora simplemente creo que acomplejarse y preocuparse por lo que está en la cabeza de los demás es una pérdida de tiempo (tampoco soy una loca a la que le importa todo un pepino o una antisocial, igual me interesa encajar con el resto en la medida que ello no comprometa mi esencia). Pero todo eso trajo como consecuencia una nueva seguridad y un pavor atroz a perderla: ORGULLO.
No se malentienda la cosa, mi soberbia King Size no me impide dar mi brazo a torcer en determinadas circunstancias, pero cuando siento que mi dignidad se puede ver afectada de alguna manera no hay forma de que ceda. Y es que mi lema de vida ha resultado ser "Siempre Digna", me he dado cuenta.
Es difícil no pasar del amor propio sano y necesario al orgullo excesivo, porque en el fondo todos somos infantes inseguros hambrientos de amor y aprobación. Alguna gente lo disimula con máscaras de prepotencia y desdén (lo que los hace bastante despreciables, opino yo). En cambio, yo me oculto detrás de lo que me nace: "la buenita servicial". Esa persona que siempre hace lo correcto, no se permite ni pensar mal de los demás, ni menos habla mal de nadie y está dispuesta a ayudar a todos en cualquier circunstancia. No sé si será tan legítimo, después de todo es un mecanismo de defensa, pero por lo menos no me quedo en las buenas intenciones.
En fin, como en la canción "Boys don't cry" de The Cure, creo que hay ciertas cosas que mi orgullo no me dejaría reconocer ni ante mí misma.
Y, por último, ya tengo edad suficiente para saber qué quiero y qué no, así como qué puedo soportar y qué no.
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