jueves, 15 de abril de 2010

Ayer fue uno de esos días


Ayer fue uno en que todo te molesta, en que te deprimes irremediablemente, en que quisieras gritar y gritar a todo el volumen que dé tu voz, después quisieras llorar a moco tendido y finalmente patear el suelo con furia.

Tengo mis problemas, como todo el mundo, principalmente preocupaciones familiares y además aún estoy muy delicada del estómago después de una maravillosa intoxicación alimentaria que, para variar, adquirí por comer un tomate crudo en un restorán. No entiendo cómo la mayoría de la gente almuerza afuera todos los días, comen ensalada, no se lavan las manos y viven muy felices sin diarrea. A mí no me pasa eso.

Ayer no fue uno de esos días en que todo saliera particularmente mal ni nada por el estilo, tampoco me pasó algo insólito y misterioso, sólo sentí que se me vino el mundo encima, que la vejez y la muerte de la gente que quiero andan más cerca de lo que quisiera y todo eso me abrumó de una manera espantosa. La emprendí contra todo y contra todos, especialmente contra mí misma. Me puse insoportable, ni yo me aguantaba.

Afortunadamente se hizo la noche para dormir y hoy lo ví todo con mejor perspectiva. Si bien mi salud es peor que la de la mayoría de los mortales, no me impide hacer una vida normal con algunas restricciones menores.

Tengo unos sobrinos preciosos a los que adoro y que aún son demasiado chicos para darse cuenta de todos los defectos de su tía y, por lo tanto, me corresponden con devoción.

Tengo trabajo y el día que no lo tenga no me preocuparé mayormente, porque con la cantidad de títulos, idiomas, experiencia y otras tonteras* que tengo no me va a costar mucho encontrar pega y, por último, barreré la calle o haré lo que sea necesario para subsistir, pero de brazos cruzados no me voy a quedar (*digo tonteras porque para mí no valen mucho, uno no es un título, uno es una persona y eso es lo importante).

Por otra parte tengo una familia que me apoya y me cuida, y sé que harían lo que fuera necesario para que yo sea feliz. Con los años me he dado cuenta de que la familia de verdad es lo más importante. Los amigos y parejas pueden ir y venir, pero los lazos de sangre son irrompibles. Por algo se dice que la sangre es más espesa que el agua.

El hombre que tengo a mi lado es lejos lo mejor que me ha pasado en mi vida entera (sin desmerecer los esfuerzos de los otros hombres que me acompañaron antes, de los cuales estoy muy agradecida, pero uno no escoge quién la hace completamente feliz y quién no, es una cosa que se da naturalmente y punto). No ahondaré en este punto porque me extendería por páginas y páginas.

Aún soy joven y estoy llena de planes: quiero irme a vivir con mi pololo, casarnos, tener hijos y viajar por el mundo para las vacaciones. No son de una ambición desmedida ni están tan fuera de mi alcance.

En realidad me dí cuenta de que mi vida, aunque no es perfecta, es maravillosa. Tengo todo lo importante y lo demás está de más.

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