Tengo un terrible dolor de estómago. La razón más obvia para ello es que comí muchísimo el fin de semana, invitada a manifestaciones varias, desde cumpleaños infantiles hasta almuerzos familiares. Claro que también he tenido algunas infecciones intestinales en los últimos 2 años que me hacen sospechar que algo que comí no estaba tan ascéptico.
En fin, la cosa es que me siento morir. He tomado remedios al por mayor y no hay caso, veo estrellitas.
Lo peor es que igual tengo que estar en la oficina, porque si no tengo licencia médica no puedo faltar y no voy a ir al médico por un dolor de guata para que me dé antidiarreicos y antiespasmódicos que ya estoy tomando.
Por lo tanto, aquí estoy a media máquina contestando llamados y lidiando con problemas de la pega. De hecho, un rato estuve tecleando con una sola mano y con la otra sobándome el vientre.
Es la vida del asalariado, hay que apechugar, no más. En momentos así, juro que me da envidia la gente que no hace nada (no incluyo aquí a las dueñas de casa, por supuesto, que sí hacen y mucho), que no está 45 horas semanales encerrada entre cuatro paredes, que no tiene que preocuparse por sus horas de sueño para estar fresco en la oficina y puede tener una vida social decente, que si se enferma se queda acostada, que no vive estresada ni corriendo.
Pero, bueno, para mí no es así la cosa y no saco nada con reclamar. Permiso, debo volver a la pega.
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