El fin de semana del 14 de febrero fui a Las Cruces. Pero no fue un viaje cualquiera, el gringo me presentó ante su familia como su polola en forma oficial.
Debo confesar que me sentí un poco apabullada cuando me esperaron todos en la terraza y ví que tenían cóctel antes del almuerzo para recibirme. Estaba un poco nerviosa, pero supongo que el exquisito pisco sour del tío contribuyó a que me relajara.
El gringo me tenía un tremendo ramo de claveles rojos y amarillos de tallo larguísimo por el día de San Valentín. Yo por mi parte, le entregué un marco con una fotografía que nos tomaron en la Plaza de la Revolución.
Después de un almuerzo riquísimo y más que abundante, dormimos siesta y nos fuimos a la playa. Esta última estaba repleta, pero no fue desagradable, al contrario, me encantó ser parte del tumulto y oir las conversaciones, ver los juegos de los niños y un perrito callejero que entraba y salía del mar para buscar un palo que ellos le tiraban y respirar el aire marino.
El mar en Las Cruces es precioso, el agua es verde y se disgrega en espuma blanca al reventar sobre las rocas. No será muy tibia el agua, pero es mucho más entretenido de ver que los mares de Centroamérica con tu quietud exasperante.
No sé qué he hecho para merecer tanta atención (seguramente nada, es sólo que soy la mujer más afortunada del mundo), el gringo me llevó en la noche a comer al Hotel Las Cruces con velas, flores y una preciosa vista al mar. Además tocaron mi canción clásica favorita: El Bolero de Ravel, y una selección de valses y otros por la orquesta de André Rieu.
La comida estaba exquisita, pero demasiado copiosa para mi estómago, con la entrada de locos ya quedé bien y el segundo plato era una fuente (sí, fuente no plato) de corvina margarita (bañada en una salsa de mariscos). Sólo pude comer los mariscos, la corvina apenas la probé).
Luego fuimos a caminar en medio de los actos finales de celebración de la semana crucina. Mucha cueca y demases a todo volumen, era agradable pero un poco ruidoso. Fuimos a la feria de artesanía a ver si encontrábamos al gringo del medio y su polola, así fue y estuvimos con ellos un ratito, por supuesto que me tenté y me compré un collar y regalos para los niños. Soy una consumista compulsiva que se mantiene a raya por la razón o por la fuerza del presupuesto.
Nos encaminamos a un pub y cuando llegamos no había mesas, nos arrimamos a una que nos "prestó" un grupo y como había karaoke, canté un poquito. Era la clásica y últimamente sobrevalorada música de los 80 en su máxima expresión: el rock latino. En 25 minutos no llegó la carta, así que enfilamos hacia la casa. Aún nos quedaban un par de cosas por hacer antes de dormir...
Feliz día del amor, gringo. Gracias por un fin de semana excelente.
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