Si es posible morir de felicidad, anoche casi me pasa.
Estaba haciéndole clases de cálculo al hermano chico del gringo a las diez de la noche, absolutamente agotada y bostezando sin ningún disimulo (pobre alumno, ¡qué mala educación!). En eso llega su mamá a buscarlo y me pide que baje porque quiere mostrarme algo.
Obviamente me intrigó ¿Qué tendría ella para mostrarme? Tal vez me iban a regalar más chocolates o galletas. Obedientemente bajé sin ninguna expectativa del otro mundo.
Íbamos caminando con mi pupilo cuando de pronto diviso una silueta muy familiar. Estoy segura de que se me detuvo el corazón por una fracción de segundo: era él.
El gringo en persona, después de 12 horas ininterrumpidas de trabajo y pocas horas de sueño el domingo, había ido a decirme "Feliz Aniversario"...
No hay comentarios:
Publicar un comentario