domingo, 28 de junio de 2009
No puedo parar de jugar
Hoy fui al cumpleaños del hijito de mi primo. Él y yo éramos muy cercanos cuando niños, a pesar de los tres años de diferencia que nos separaban, pasábamos las vacaciones juntos y se nos unía otra prima 2 años menor que yo, con quien hacíamos travesuras e inventábamos mundos. Teníamos tres meses de vacaciones y nada qué perder.
Volviendo al presente, hoy llovió muchísimo y, por lo mismo, gran parte de los invitados a la fiesta no pudo asistir. Bueno, también influyó la ola de enfermedades respiratorias que ha azotado a la Zona Central del país en las últimas semanas.
Por suerte, me había comprado botas de lluvia hace un tiempo. Estoy feliz, les he sacado el jugo. Son calientitas, tienen una plantilla de una especie de tejido como de alfombra mullida en el interior que también hace que sean blanditas.
Con esas botas, hoy caminé bajo la lluvia, bailé, perseguí, arranqué, jugué bowling, a la silla musical, a la guerra de globos y recogí dulces de la piñata. Reviví mi infancia como hace tiempo no lo hacía. Los niños son maravillosos.
Creo que mi gran secreto es que nunca crecí. Trabajo, pago la isapre, la AFP, los impuestos, el seguro del auto y mil cosas más, emprendo nuevos negocios, hago clases, me perfecciono, contribuyo a obras de caridad, leo las noticias y me informo de lo que ocurre en el mundo: actúo responsablemente ante la sociedad como toda una persona adulta. Acallo mi conciencia, desempeño mi papel meticulosamente. Todo a fin de ocultar que, en realidad, estaría todo el día jugando a las escondidas, a las tacitas y a los autitos, o soñando metida en el clóset como me encantaba hacerlo cuando cabía en él.
Debiera ir a cumpleaños infantiles con mayor frecuencia, es lejos la mejor terapia. Si bien me duele la espalda y mañana seguro me va a doler hasta el alma, el resto de mi ser se siente increíblemente bien.
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