viernes, 12 de junio de 2009

Tres al hilo...

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De nuevo, tres episodios de taquicardia ayer, dos cortos y uno de media hora. Debí adelantar la ingesta de propafenona y nadolol, porque los ataques son cada vez más temprano. Y algo nuevo en el repertorio: taquicardia después de la ingesta de los medicamentos ¡Lo único que faltaba!!!

Con todo esto, estoy dudando acerca de ir a la tocata del sábado. Porque como es en un lugar cerrado, donde todo el mundo fuma como enfermo y termina a la hora del níspero, o sea, falta de oxigenación y trasnoche, es una mala combinación para mí.

En mi última visita, el cardiólogo me dijo que me cuidara. Si los demás se tomaban cinco tragos, me tomara dos, si todos se quedaban hasta las cuatro de la mañana, yo me fuera a la una, si todos comían pebre, yo algo no tan aliñado, y así. Tengo que entender que no puedo llevar una vida totalmente normal, porque mi caso es complicado y ningún medicamento controla mi arritmia en un 100%. Eso es un hecho, pero soy porfiada y rebelde. Después de todo tengo treinta y cuatro años, no ochenta y es lógico que quiera hacer las mismas cosas que la otra gente de mi edad.

Es como dice Redolés "¿Quién mató a Gaete? El carrete, el carrete..." En realidad no me muero por el carrete en sí, sino que me gusta pasar tiempo con el gringo y los únicos momentos en la semana que tenemos para vernos son los jueves (cuando se puede) y los sábado. Y este sábado él va a la tocata sí o sí, porque es el regalo de cumpleaños de su hermano chico.

Igual no me voy a tirar por la ventana por no verlo un sábado, me entretengo muy bien sola y ayer el gringo fue a comer a mi casa, así que ya lo ví esta semana y soy una mujer adulta e independiente.

Ayer nos reímos muchísimo, incluso mientras estaba con mi corazón a 136 ppm. Es que él tiene una forma tan graciosa de contar sus anécdotas que no puedo evitar carcajearme de lo lindo. De hecho, quiero que esté a mi lado en mi lecho de muerte para irme de este mundo riendo todo el rato y que mi última exhalación sea una risotada.

Volviendo a lo de mi corazón, el año pasado en septiembre estaba decidida a ponerme un marcapasos, cuando la Consue me dice que su hermano que es médico en la Clínica Las Condes conoce a un cardiólogo que atiende ahí mismo y que es experto en arritmias, es el médico que estoy viendo ahora (me reservo su nombre, si alguien necesita esa información por motivos médicos, me escribe y se la doy). Fue un acierto, él probó con un medicamento que ninguno de los dos cardiólogos que me habían tratado antes había pensado pudiera ser apropiado en mi caso: la propafenona. Ésta surtió efecto total durante seis meses, pero cuando fui a Buenos Aires tuve la primera crisis de arritmia, que el médico atribuyó al exceso de actividad y comida, y a la falta de sueño propias del viaje. De esa manera comezó nuevamente la pesadilla.

Lo anterior me hace pensar que no debo perder la esperanza, ya que en un momento en que todo indicaba que iba a terminar con un fierro pegado al corazón, consulté otra opinión y sí existía otra solución.

Quisiera que la visita al cardiólogo fuera hoy y salir de una vez por todas de la incertidumbre, que me diga si esto tiene algún arreglo o tendré que vivir con los ataques de taquicardia a diario. Faltan cuatro días, habrá que esperar.

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